On nous a signalé un intéressant document (en castillan) trouvé sur ce site : http://labibliotecafantasma.es/cart...
« Carta de batalla » est un blog de Sergio Campos Cacho qui présente ainsi la mise en ligne de cet article :
« Dans la "Bibliothèque fantôme", cela fait déjà trois ans, il fut question de la mort de Buenaventura Durruti [1] et de toute la mythographie produite en rapport. Il y a quelques jours j’ai reçu un courrier d’une personne que je peux maintenant considérer comme amie. Il s’agit de Luis Artime, auteur d’une impressionnante photographie de Colette Durruti – celle qui introduit cet article – et que je remercie publiquement pour sa générosité puisqu’il me permet de reproduire tout son courrier. Par certains côtés, il corrobore certains points abordés en leur temps, et il complète d’autres informations. J’ajoute le document en PDF aimablement envoyé par Luis. Il est issu de la revue Interviu et il fut publié en 1977. » [2]
Suit (en castillan) le courrier de Luis Artime qui explique dans quelles conditions le journaliste Pedro Costa Muste et lui-même rendirent visite en 1977 à Emilienne et Colette Durruti en Bretagne. Il rapporte aussi comment, peu avant, ils s’étaient entretenus avec Antonio Bonilla sur les conditions de la mort de Buenaventura à Madrid. [3]
Courrier de Luis Artime à Sergio Campos Cacho :
« La historia empieza en la desaparecida revista Posible, en el verano del ’77. En el mes de Junio, mi compañero Pedro Costa consigue entrevistar a Antonio Bonilla Albaladejo. Este sujeto tiene un papel estelar en la escena de la muerte de Durruti. Averiguamos que, pese al historial que figura en el Gotha anarquista oficial, y lo presenta como un heroico luchador de la libertad, creemos, por los indicios, que era alguien que se movía en ese brumoso ecosistema que comparten a menudo la anarquía y la delincuencia.
Pero esto es anecdótico. El caso es que, tras su exilio por varios países -R. Dominicana sobre todo- regresa en el ’74 a Zaragoza, donde ejerce de taxista ; una vez localizado en Barcelona accede a ser entrevistado, con respecto al asunto que nos ocupa. Su testimonio, que he visto reproducido en algunos sitios de la red, relata en resumen que, siendo miembro de la columna Durruti y veterano de las colectivizaciones de Aragón, se encuentra en Octubre/Noviembre del ’36 en uno de los batallones enzarzados en la toma/defensa del Clínico, de la Ciudad Universitaria de Madrid.
Su superior jerárquico, en vista de que la “veteranía” de aquellos aguerridos anarquistas se muestra manifiestamente ineficiente, cuando enfrente tienen unas fuerza del Tercio que llevan a cabo furiosos asaltos incesantes en el sector, fuerzas tan distintas de las que débilmente defendían los pueblos de Aragón, lo envía a buscar a Durruti para tratar de suturarlos en torno a su liderazgo, e intentar detener las cada vez más frecuentes deserciones del combate.
Toma un coche con dos compañeros y llega al chalet de la calle Miguel Angel (donde hoy está instalado el hotel del mismo nombre) y reclama ver al dirigente anarquista. No le resulta fácil, pero finalmente Durruti manda traer el Packard, y embarca en él junto con Julio Graves y el sargento Manzanas. Esta afirmación categórica eliminaría la versión según la cual en el coche viajarían dos o tres milicianos más, como se ha declarado frecuentemente.
Conduce unos metros por delante del Packard, a fin de evitar las rutas batidas, y finalmente desembocan en la calle Reina Victoria. Allí, en una de las miradas que echan atrás para controlar que les siguen, observan que el coche de Durruti se ha detenido ante un grupo de jóvenes que, presumiblemente, habían abandonado su puesto en el combate. Aquí Bonilla es categórico en su afirmación de que son dos personas las que descienden del coche y una de ellas es Buenaventura. Están a unos cincuenta metros de la escena, cuando ven derrumbarse a uno de ellos ; en ese momento Bonilla no sabe cual de los dos, y presencian como Graves da la vuelta apresuradamente, tras meter en el vehículo al herido, y parte a toda velocidad en sentido contrario.
Bonilla no los sigue en el momento. Se acerca al puesto de mando y comenta con sus jefes lo ocurrido. Estos lo envían de nuevo al puesto de mando anarquista, para averiguar porqué Durruti no ha llegado hasta el frente. Cuando Bonilla llega a este, se encuentra con Manzanas en la puerta y tiene un altercado con él en el que, según su testimonio, están a punto de sacar sus armas. Manzano le habría declarado que Durruti se había tenido que ir a una reunión del Comité. Ante la evidente falsedad de esta afirmación Bonilla empieza a sospechar lo peor y parte de nuevo hacia el Clínico. Cuando la noticia de la muerte de Durruti llega al día siguiente, la defensa de aquel enclave empieza a tornarse imposible para los batallones anarquistas y tienen que ser reemplazados por nuevas unidades, regresando a Aragón y Barcelona los restos de la Columna.
Bonilla declara estar convencido de que la muerte del líder no responde a las causas que expresa la versión oficial, y afirma, en un primer momento, que el disparo se produjo al lado del coche, accidentalmente o de forma alevosa. Más tarde, en la conversación, irán haciéndose más patentes sus sospechas con relación a Manzanas. A este respecto, es significativo la descripción pormenorizada en la que se extiende con relación al la personalidad de sargento. Dice, por ejemplo, que este se declaraba anarquista con mucha insistencia, pese a que, más o menos, se sabía que militaba o había militado en el Partido Comunista. Por otra parte, nunca se había fiado de los suboficiales que se había entregado, saliendo del cuartel de Las Atarazanas por una puerta lateral, tras haber participado activamente en la defensa previa a su rendición.
Así mismo, hacía incapié en la imposibilidad de la hipótesis del disparo involuntario, provocado por el sub-fusil “Naranjero”que manejaba habitualmente Manzanas. En su opinión, un experto en armas y reputado tirador como él, mantendría en perfecto estado de uso el arma ; sobre todo, sabiendo que el cierre de este modelo era proclive a acerrojarse accidentalmente, como consecuencia de un muelle recuperador de escasa calidad y la ausencia de un seguro de retenida. Para acreditar todas estas afirmaciones contaba la anécdota, vivida por él, de un alarde de puntería de Manzanas, cuando disparó sobre el reloj de una casa en Aragón, pretestando que no toleraba que nada le condicionase su tiempo, cuando Buenaventura le había reprochado acudir con retraso a la cita de aquella reunión. Al final de la entrevista, Bonilla se mostraba casi absolutamente seguro de la culpabilidad del sargento Manzanas.
A partir de ahí, empezamos a tener la sensación de que se habría la posibilidad de avanzar en esta apasionante encuesta, y tras haber leído todo lo que se había escrito sobre Durruti y su trágico final, empezamos a pensar en abrir nuevas vías de investigación, buscando testimonios inéditos. Yo colaboraba habitualmente con la CNT, en el diseño de sus carteles, y tenía bastantes amigos entre los viejos militantes. Así es que los testimonios históricos de primera mano eran realitavemte frecuentes.
Así averiguamos los datos de la viuda y, por otra parte, conseguimos que Antonio Asensio, dueño de Zeta, nos enviase a Quimper.
Émilienne vivía sola, pero su hija Colette habitaba muy cerca, y prácticamente formaban una familia. La anciana era todo un personaje. Había participado de la creación en los años ’30 de Mujeres Libres, asociación feminista avant la lettre, y poseía una solida formación intelectual. Fumadora empedernida a sus ochenta y seis años, exhibía una salud envidiable en un cuerpo pequeño y frágil. Su hija, claramente heredera del físico de su padre, era una mujer espléndida a sus cuarenta y tantos años, con un cierto aire a Sophia Loren.
Cuando nos presentamos, descubrimos que estaban curiosamente al tanto de los acontecimientos españoles y, en concreto, de la evolución de la nueva CNT y del interés suscitado por las figura histórica de Durruti entre la juventud. Émilienne había recibido recientemente la visita del director Jaime Camino, que recogía datos sobre el líder, con vistas a un proyecto de película a propósito del anarquismo español.
La visita duró dos días y, al segundo de ellos, decidimos separar a la madre de la hija, porque intuimos que la anciana se sentiría más a su gusto sin la presencia de Colette, quien, en cierto modo, parecía ejercer una especie de freno en sus declaraciones. Pedro Costa, al no hablar francés, y rendido por el atractivo de la hija, que sí hablaba español, me encomendó hacerme cargo del “interrogatorio” de Émilienne.
El segundo día, pues, me la llevé a una crêperie a pasar la tarde, y entre aquellos exquisitos argumentos gastronómicos y mi exhibición del escanciado de sidra, al modo asturiano, que asombró a buena parte de los parroquianos, la viuda de Durruti pareció relajarse un tanto, y me contó otra historia. La misma, pero con matices muy esclarecedores. Nada que hoy no se sepa, pero en aquel momento estábamos en 1977, y todo era nuevo.
Cuando se acabó la guerra, regresó a su antigua profesión de secretaria y me pareció entender que se había alejado un tanto de los círculos exiliados. Se dedicó a una hija que ya tenía casi nueve años y a la que no le había dedicado demasiado tiempo. Pero en la primavera de 1940 los alemanes avanzaban rápidamente y decidieron plegar sus cosas rumbo al sur. Al armisticio, sus compañeros le recomendaron embarcarse hacia Méjico. Pero las cosas se complicaron y, al final, alguien le arrebató sus plazas en el barco que salía de Marsella.
Ante la perspectiva de vivir en un país ocupado, Émilienne empezó a deshacerse de todo lo que pudiera relacionarla con el pasado reciente. Papeles, archivos, cartas y, sobre todo, la mísera herencia de su marido. Una zamarra de cuero, un cinturón con una Colt ’45, una gorra y unos prismáticos. Todo ello dentro de la somera maleta que le entregó en su día el doctor Santamaría. Todo, salvo el arma, acabó en un fogón.
Siguiendo un itinerario mental parecido al de Bonilla, a medida que íbamos hablando, la figura de Manzanas se iba haciendo más aparente, hasta la declaración final, prudente pero inequívoca, de su convicción de la culpabilidad del sargento. Creo que mantenía una especie de pugna entre su fidelidad a la disciplina de la organización y su intuición más profunda. Me contó como la zamarra que le entregó el doctor presentaba un agujero de entrada chamuscado, sin la menor sombra de duda. Creo que, aunque no lo reconoció, el doctor fue quien le indujo las primeras sospechas. No hay que olvidar que Santamaría era uno de los amigos más sinceros y fieles del líder, junto con el cura Acerete. Ambos no anarquistas.
Y eso es todo. Pudo tener una suite, cuando localizamos el domicilio de Manzanas en Cuernavaca. Pero esta vez, a Asensió no le pareció interesante la aventura. Una pena. »
Article paru dans Interviu en 1977
L’article est téléchargeable au format PDF sur le site labibliotecafantasma.es
Les Giménologues, le 3 septembre 2014.